La casa de Norman y Wendy Foster en Hampstead : tecnología y domesticidad entre los años 1960 y 1980
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2016
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E.T.S. Arquitectura (UPM)
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La casa del arquitecto tiene la virtud de descubrirnos el universo de su autor: sus referentes, sus pasiones y sus sueños. Tal vez esto baste para comprender el interés suscitado por la casa que, entre 1978 y 1979, Norman y Wendy Foster proyectaron en el barrio londinense de Hampstead. La elección del emplazamiento revela la voluntad de privacidad de sus ocupantes. Flanqueado por altos muros que impiden la visión de la casa desde la calle, es el escenario idóneo para una edificación experimental, sin concesiones formales a una determinada ubicación ni a la arquitectura circundante. El proyecto intenta cristalizar esa utopía profetizada en los años sesenta por arquitectos como Cedric Price y el grupo Archigram —ya esbozada tras la Segunda Guerra Mundial por los Eames y Jean Prouvé—, que es la casa concebida como un kit de componentes: un contenedor ligero, flexible, capaz de adaptarse y crecer en función de las necesidades de sus usuarios. La renuncia a la composición de las fachadas y la intercambiabilidad de sus componentes, la convierten en una obra sin precedentes en la producción del estudio, cuya envolvente, concebida como un sistema, surge como la respuesta adecuada a las necesidades de sus habitantes en cada momento. Inspirados por las cápsulas prefabricadas de Buckminster Fuller y por los componentes móviles de la Maison de Vesrre en París, los Foster llevaron al extremo la idea del kit de componentes. Así, el espesor de la fachada, determinado por el del armazón estructural, permite “enchufar” diversos tipos de cápsulas que albergan las zonas de servicio de la vivienda. La estructura exteriorizada, en aluminio, constituye un soporte para el cambio, permitiendo el acoplamiento de componentes de cerramiento, cápsulas de servicio y demás aparataje tecnológico. De este modo, las ideas exploradas por los Foster en sus primeras obras industriales son trasladadas, por primera vez, al ámbito doméstico. Se trata de la arquitectura funcional, económica y eficiente, que Reyner Banham bautizó como la “nave bien servida”, fruto del uso de la “tecnología adecuada” y de la aplicación de la integración de sistemas como principal estrategia proyectual. Pero el proyecto de los Foster en Hampstead es, en realidad, muchos proyectos: la abundante documentación, en su mayoría inédita, existente en los archivos de Foster + Partners, y el testimonio directo de sus principales protagonistas a través de conversaciones, permiten reconstruir un proceso de diseño que, lejos de ser lineal, abre vías simultáneas de exploración que evolucionan en paralelo a la trayectoria del estudio, nutriéndose de ella y, al mismo tiempo, contaminándola. Así, el proyecto constituye un banco de pruebas en el que ensayar ideas para su posterior aplicación en proyectos de mayor entidad. Si como afirma Deyan Sujdic, todas las casas de Norman Foster fueron cuidadosamente diseñadas para expresar el tipo de arquitecto que quería ser en distintos momentos de su vida, la casa en Hampstead es, ante todo, la casa de un esteta de la máquina. El hogar de un arquitecto fascinado por la “estética de lo necesario” propia de aviones, bicicletas, naves espaciales y demás productos tecnológicos, a los que, más allá de su condición de paradigmas de eficiencia, Foster parece admirar como expresiones puras del espíritu de su época. A medida que avanza, la casa va impregnándose de un expresionismo tecnológico en el que ideas formales prevalecen sobre consideraciones funcionales. Así, el desarrollo del proyecto, en sus múltiples variantes, refleja la evolución de la obra del estudio, desde la arquitectura eficiente de la "nave bien servida" hasta la glorificación tecnológica propia del movimiento High-Tech. Pero tras doce meses de intenso trabajo, durante el que se elaboraron múltiples opciones con sus correspondientes bocetos, planos, maquetas y prototipos estructurales y, habiéndose iniciado su construcción, el proyecto es misteriosamente abandonado. Como todo proyecto no construido, la casa de los Foster encierra la historia de una frustración, es la expresión de un fracaso. Es un reflejo de las contradicciones de una obra que, debatiéndose entre la producción en masa y la artesanía industrial, se encuentra en permanente conflicto entre la tecnología entendida como un medio y la tecnología con un fin en sí mismo. El abandono del sueño de la casa tecnológica representa, en definitiva, el inevitable fracaso de una arquitectura que, invocando la retórica de la eficiencia, aspira a emular la estética de los productos industriales. Una arquitectura que, traicionando sus propios principios, encuentra en la glorificación de la tecnología su primordial motivación. ABSTRACT An architect’s house has the value of containing his universe: his references, his passions and his dreams. Perhaps this is reason enough to understand the interest inspired by the house designed by Norman and Wendy Foster in the London neighborhood of Hampstead, between 1978 and 1979. The choice of site reveals a desire for privacy. Enclosed by high walls that obstruct the view of the house from the street, it is an ideal setting for an experimental building, detached from any context and unconstrained by any neighboring architecture. The project is the attempt to fulfil the utopian idea prophesized by architects like Cedric Price and the Archigram group in the sixties —tested after the Second World War by the Eames and Jean Prouvé—, of a house conceived as a kit of components: a light and flexible container able to adapt and to grow according to the needs of its occupants. The choice to abandon all façade composition and to make all components interchangeable, make this house an unprecedented work within the practice. Its envelope, conceived as a system, results from the adequate response to the users’ needs at any given time. Inspired by the prefabricated capsules of Buckminster Fuller and by the mobile components of the Maison de Verre in Paris, the Fosters bring the kit of components’ idea to its logical extreme: the depth of the envelope, determined by the depth of the structural frame, allow a wide range of capsules containing the service spaces of the house to be plugged in. Thus, the external aluminium structure becomes a framework for the change. A support for movable façade components, interchangeable service capsules and all kinds of technological gadgetry. Thus the ideas explored by the Fosters in their first industrial buildings are hereby applied, for the first time, to the domestic realm. That is the functional, economical and efficient architecture that Reyner Banham referred to as the “well-serviced shed”, born from the application of concepts such as “appropriate technology” and systems integration. But the Fosters’ house project in Hampstead is in fact a culmination of several projects: the vast and mostly unpublished documentation surviving in the Foster + Partners archives in London and the testimony of its main protagonists through a series of conversations, allow the reconstruction of the working process. Far from following a linear process, different lines of exploration evolve in parallel to the architecture of the practice, nourishing by it and, at the same time, contaminating it. In this respect, the house also becomes a test rig in which to test ideas for their future implementation in larger projects. If, as Deyan Sujdic wrote, all the Norman Foster houses were carefully designed to reflect the kind of architect that he wanted to be at various points in his life, the Hampstead house is, above all, the house of an aesthete of the machine. The home of an architect fascinated by the “aesthetics of necessity” appropriate to airplanes, bicycles, space ships and other technological products which he seems to admire not only for being paradigms of efficiency but rather as pure expressions of their era. As the project evolves, it becomes impregnated with a technological expressionism in which formal ideas prevail over functional considerations. The development of the project, in its multiple variations, becomes a mirror to the evolution of the work of the practice, from the efficient architecture of the “well-serviced shed” to the technological glorification of the High-Tech movement. But after twelve months of intense work, having developed multiple options through sketches, drawings, models and structural prototypes and after having initiated construction, the project is mysteriously abandoned. Like any unbuilt project, the Hampstead house project hides the story of a frustration, it is the expression of a failure. It serves as a reflection of the contradictions of a project that debates between mass production and industrial craftsmanship, in a permanent conflict between technology as a means and technology as an end in itself. The abandonment of the dream of the technological house illustrates the inevitable failure of an architecture that invocates the rhetoric of efficiency while trying to emulate the aesthetics of industrial production. An architecture which, betraying its own principles, finds its prime motivation in technological glorification.
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Arquitectura
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